El duelo es la respuesta psicológica, emocional, fisiológica
y conductual ante una pérdida. Cualquier pérdida.
Es evidente que los sentimientos de dolor o miedo ante la
ausencia, los síntomas como el insomnio o la falta de apetito y las conductas
como mirar constantemente las imágenes de lo que ahora nos falta, son secundarios
a ese pensamiento que sigue al “nunca más…”
Conocemos mucho sobre el duelo tras un deceso, sobre el
duelo tras una ruptura, sobre el duelo tras un diagnóstico irreversible…También
sabemos que entre los afectados hay duelos normales y duelos patológicos. Uno
de los aspectos más estudiados del duelo son sus fases, hay consenso en que no
todas las personas atraviesan todas ellas y en que quedarse anclado en alguna,
es una alarmante señal de que podemos encontrarnos ante un duelo complicado.
Negación, negociación, rabia y aceptación.
El difícil camino para asimilar una pérdida y llegar a mirar
hacia delante sin dolor por lo que ya está sólo en el recuerdo pasa por esas
fases.
Siempre ha habido duelos normales y duelos que se complicaban,
hasta llegar incluso, a causar la enfermedad
del doliente.
Pero ahora, miro a mi alrededor y veo una absurda y terrible
epidemia de duelos enfermizos, amparada por la sociedad y rodeada de buitres
que, con avaros ojos, sobrevuelan a aquellos que la padecen.
Incluso en ocasiones, más allá de lo comprensible, quienes
sufren no han perdido aún aquello por lo que se lamentan. Absurdamente han sido
convencidos de ello por los mismo buitres que se alimentarán de su angustia, su
miedo y sus deseos.
Hablo del duelo por la belleza. De la errónea concepción de
que sólo es bello lo nuevo, el aspecto adolescente, la apariencia juvenil, de
la angustia de quienes se niegan a perderla y en una negación patológica hacen
lo imposible por parecer a toda costa jóvenes.
Carentes de criterio y de valores comienzan una carrera en la
que acabarán perdiendo su dinero, su salud, y en algunas ocasiones incluso su vida.
Siempre un paso más allá, dietas, ejercicios extenuantes, cirugía….la
imposibilidad de atravesar el duelo, aplaudida por hordas de intereses
comerciales, acaba creando momias infelices atrapadas en un proyecto imposible:
Parecer eternamente jóvenes.
Dedicado a Elisabeth Bathory.
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