Artículo publicado en Para tod@s, todo.
La psicóloga Ana Isabel
Gutiérrez Salegui desmonta los productos que “enriquecen a la industria y
no mejoran nuestra salud”. “Nos han hecho creer que el que no se cuida a
día de hoy es como un toxicómano de los años setenta”, sostiene la
autora.
Somos lo que
comemos. Cuántas veces hemos escuchado esta frase. Pero si hacemos un
recorrido por las estanterías de un supermercado, lo que comemos tiene
más que ver con el aire que con otra cosa.
Con bífidus, con Omega
3, sin colesterol ni grasas saturadas, sin gluten, libre de lactosa,
ayuda a reforzar nuestras defensas… Son las etiquetas con las que nos
bombardean día a día. Parece que los productos normales, han dejado de
serlo y que para resultar atractivos tengan que presumir también de
supuestas bondades que, en realidad, no tienen, pero con las que
“engañan” al consumidor para incentivar su compra.
Ana Isabel Gutiérrez
Salegui, psicóloga experta en trastornos de la conducta alimentaria, se
encarga ahora de desmontarlos en un libro cuyo título advierte ya de lo
que vendrá después, Consume y Calla (Editorial Foca), en el
que desenmascara a una industria a la que responsabiliza de “las
enfermedades de la sociedad occidental”. Diabetes, hipertensión,
bulimia, anorexia… Lo hace a través un trabajo pormenorizado en el que
nos descubre los trucos y estrategias a los que recurre la industria
alimentaria para crearnos la necesidad de consumir determinado tipo de
productos.
Gutiérrez empieza a
disparar. Le toca al Omega 3, tan pregonado en leches, yogures,
embutidos e incluso huevos. “La cantidad que contienen estos productos
es mínima en comparación, por ejemplo, con el que tienen una sardina, y
el efecto en la salud también lo es. Tendríamos que tomar seis litros de
leche para notar resultados. Pero, en realidad, se acaba perjudicando
la salud, porque la gente deja de tomar cosas que sí son saludables y
equilibradas, por ejemplo esa sardina”.
En este caso, los
perjuicios para la salud vienen por defecto. Pero en otros, el consumo
de ciertos productos sí se ha demostrado perjudicial por sí mismo. “Un
simple diurético o laxante te puede acabar matando de un paro cardíaco
si pierdes demasiado potasio”. Ambos productos se anuncian con
tranquilidad.
En el acto de consumir
entra en juego todo un aparato de la persuasión, más complejo de lo que
pensamos. Y dentro de él, esta experta no se corta al hablar de
responsabilidades. “Aquí tenemos una especie de círculo perverso,
maquiavélico. Empieza en los medios, que nos presionan de forma brutal
para que estemos delgados, jóvenes y sanos. El que no se cuida a día de
hoy es casi el equivalente a un toxicómano de los años setenta”, lamenta
Gutiérrez,
“Tenemos obsesión por
estar jóvenes, guapos y sanos. Ese es el pack. Y esos mismos medios, nos
publicitan además unos productos que nos prometen estar así. Nosotros,
que tenemos el cerebro lavado, nos lo creemos, porque confiamos en que
exista una regulación para que no haya mentiras, y nos fiamos también de
las empresas y los establecimientos que nos lo venden. Si nos lo venden
en farmacias, dices, esto tiene que ser bueno. No es que sea malo, pero
bueno tampoco”.
De controlarlo se
encargan ciertos organismos, como la Agencia Española del Medicamento o
la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA). Esta agencia empezó
en 2007 a realizar comprobaciones de los productos, ante el auge de
estos alimentos funcionales y la preocupación de los consumidores por su
efectividad. Algunas marcas se someten incluso voluntariamente a ellos,
aunque el veredicto no resulte a veces de su agrado. Sólo en 2010,
emitió un resultado negativo sobre más de 800 supuestas propiedades
saludables de estos alimentos. En algunos casos, por no estar
científicamente demostradas. En otros, por no ser suficientes para
publicitarlas. Ocurrió, por ejemplo, con productos que decían ayudar a
regular la tensión a través de los péptidos de la leche.
Uno de los casos más conocidos fue el que obligó a Danone a retirar
su publicidad sobre los beneficios del Actimel en las defensas, por
considerar que inducía al engaño. La empresa aportó varios estudios
científicos para avalar el producto, pero finalmente acabó modificando
su publicidad. Si bien dejando claro, que no dudaba de su eficacia.
Mensajes trampa
Para esquivar posibles
sanciones, los cerebros del márketing de estas empresas han elaborado
toda una serie de “mensajes trampa”, capaces de situarse en la
legalidad, consiguiendo en los consumidores el efecto deseado. “En la
publicidad nos dicen… Cuida tu corazón. Pero en realidad nos están
diciendo que lo cuides tú, no que lo cuide el producto. De esta forma,
el mensaje que emiten puede ser perfectamente legal, pero el que la
gente comprende es totalmente distinto”, dice Gutiérrez, apuntando a un
caso fácilmente reconocible. “Todos conocemos un anuncio de un embutido
que lleva un corazón dibujado. Esto es legal, no nos está diciendo nada,
pero la gente lo interpreta como que es bueno para el corazón”.
La picaresca reside
incluso en el tamaño de las letras. Así, la parte del envoltorio o de la
publicidad donde se nos dice que el producto no tiene ciertas
propiedades está escrita en caracteres diminutos y en un color que no
contrasta con el fondo. La ley lo permite, claro, pero se trata de algo
de dudosa moralidad de cara al cliente.
“Hay anuncios que
permite la ley, otros que cumplen la normativa pero inducen al engaño y
luego hay muchos otros que directamente vulneran la normativa existente
en materia de publicidad alimentaria”, sostiene la autora.
Así, por ejemplo, la
normativa prohibe que en la publicidad de alimentos salgan médicos, “o
gente que parezca médicos, aunque sean actores”… pero todos conocemos
casos en los que sí aparecen. También están prohibidos aquellos que
publiciten “seguridad de alivio o curación cierta”, sobre todo en temas
de obesidad e insomnio. En muchos casos, esto se vulnera. “Son
alimentos, no medicamentos, y por tanto no se puede decir que son
terapéuticos para una enfermedad”. De hecho, ¿Cuántos llevan el aval del
Coelgio de Médicos? “Ninguno”, sentencia.
En otros casos, los
productos son estafas en toda regla. “Son productos que anuncian: pierda
19 kilos en 10 días. Las fotos de antes y después y los testimonios de
supuestos pacientes también están prohibidos”. Y basta abrir una
revista para encontrarse con dos o más comerciales que ensalzan las
virtudes de un producto para bajar de peso o mantener las arrugas a
raya, amparándose en los testimonios de varios “supuestos” clientes.
Vulnerar la ley sale más barato que no hacerlo
Aunque la normativa
actúe, da la sensación, en cambio, de que vulnerarla sale a estas
empresas más barato que no hacerlo, porque los ingresos obtenidos con
estos productos superan ampliamente las cuantías de las multas. “Se
suele decir que mientras la multa se abarata, a la industria le interesa
arriesgarse”. Porque por el simple hecho de que un alimento ponga dos
palabras, “sin gluten”, ya se da vía libre a cobrar más, aunque
resulte un engaño. “Es como decir pera sin gluten y te lo cobramos más.
La gente no sabe que las peras no tienen gluten”.
Los mecanismos no
resultan a veces suficientes para controlar todos los productos del
mercado, y falta conciencia de consumo responsable. “el problema es
que mientras en otros países, como EEUU, se denuncia de oficio y hay un
seguimiento, aquí no pasa nada. Allí la gente ve algo y por sistema
denuncia. Pero aquí tiene que ser algo bestial para que llame la
atención”.
Así, recuerda, por
ejemplo, el anuncio de una conocida marca de pasta donde se trasladaba
que mientras las ensaladas se ponían mustias, los macarrones con verdura
no. La Asociación de Usuarios de la Comunicación elevó una queja a la
Asociación para la Autorregulación de la Comunicación Publicitaria por
entender que se transmitía a los consumidores un mensaje que menoscababa
“el crédito en el mercado de dicho tipo de ensaladas”. Casos como este
son excepcionales.
¿Cómo evitar entonces
que nos engañen? “Con más información y educación, y un control más
estricto por parte de las instituciones. Una cosa es que te timen a
nivel económico, pero esto puede tener consecuencias para la salud”,
advierte, en referencia, por ejemplo, al auge experimentado en los
últimos años en trastornos de anorexia y bulimia. “Lo raro hoy en día es
tener gente normal. Tenemos obsesos, gente con trastornos de imagen.
Estamos en una sociedad en la que comemos con culpabilidad. Y en este
marco tenemos que tener mucho cuidado con este tipo de publicidad”. Se
considera que en España existen más de 300.000 pacientes con este tipo
de trastornos de la alimentación, una cifra que en los últimos años se
ha multiplicado por diez.
En esta sociedad
obsesionada que dibuja la autora, amenazan cada cierto tiempo
determinadas fobias. “Durante un tiempo, las proteínas estuvieron
demonizadas porque se pensaba que provocaban agresividad y todo tipo de
enfermedades. Después, con la Dieta Dukan, le tocó el turno a los
hidratos de carbono Y ahora estamos con el gluten o la lactosa”.
El poder del lobby alimentario
El poder de la industria
alimentaria va más allá de dirigir nuestro brazo hasta un lugar
determinado de la estantería. También está detrás de muchas de las
regulaciones del sector. Basta un recorrido por las cifras para darse
cuenta de su enorme influencia. Sólo las industrias
agroalimentarias-30.000 en España- facturan anualmente 84.000 millones
de euros. “El lobby presiona contra las regulaciones. Pasó, por
ejemplo, con la ley de alcohol de la ministra de Sanidad, Elena Salgado.
La industria del vino hizo tal presión que no se llevó a efecto. Y era
una campaña bastante adecuada desde el punto de vista de la salud
pública, no por el vino en sí, sino, por ejemplo, por el calimocho,
responsable de muchos problemas de salud que tenemos en los jóvenes por
el botellón ”.
Salgado negó presiones,
pero el proyecto quedó enterrado después de que en las sucesivas
reuniones no se lograse un acuerdo con el sector vinícola, muy crítico
porque no se les diferenciase del resto de bebidas alcohólicas.
[Fuente: Antropología y nutrición]